12. Caperucita roja
Érase una vez una niña que vivía en una aldea. La niña era la más linda de todas las aldeanas, tanto que loca de gozo estaba su madre y más aún su abuela, quien le había hecho una caperuza roja; y tan bien le estaba que por caperucita roja la conocían todos.
Un día su madre hizo tortas y le dijo:
–Irás á casa de la abuela a informarte de su salud, pues me han dicho que está enferma. Llévale una torta y este tarrito lleno de manteca.
Caperucita roja salió enseguida en dirección a la casa de su abuela, que vivía en otra aldea. Al pasar por el bosque encontró a un lobo que tuvo ganas de comérsela, pero a ello no se atrevió porque había algunos leñadores. Le preguntó adónde iba, y la pobre niña, que no sabía que fuese peligroso detenerse para dar oídos al lobo, le dijo:
–Voy a ver a mi abuela y a llevarle esta torta con un tarrito de manteca que le envía mi madre.
–¿Vive muy lejos? –Le preguntó el lobo.
–Sí, –le contestó Caperucita roja– a la otra parte del molino que veis ahí; en la primera casa de la aldea.
–Pues entonces, añadió el lobo, yo también quiero visitarla. Iré a su casa por este camino y tú por aquel, a ver cual de los dos llega antes.
El lobo echó a correr tanto como pudo, tomando el camino más corto, y la niña fuese por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr detrás de las mariposas y en hacer ramilletes con las florecillas que hallaba a su paso.
Poco tardó el lobo en llegar a la casa de la abuela. Tocó la puerta: ¡toc! ¡toc!
–¿Quién va?
–Soy tu nieta, Caperucita roja –dijo el lobo imitando la voz de la niña. Te traigo una torta y un tarrito de manteca que mi madre os envía.
La buena de la abuela, que estaba en cama porque se sentía indispuesta, contestó gritando:
–Tira del cordel y se abrirá el cancel.
Así lo hizo el lobo y la puerta se abrió. Eso sí, se arrojó encima de la abuelita y la devoró en un abrir y cerrar de ojos, pues hacía más de tres días que no había comido nada. Luego cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita roja.
Poco después, Caperucita llamó a la puerta: ¡toc! ¡toc!
–¿Quién va?
Caperucita roja, que oyó la ronca voz del lobo, tuvo miedo al principio, pero creyendo que su abuela estaba constipada, contestó:
–Soy yo, tu nieta, Caperucita roja. Te traigo una torta y un tarrito de manteca que te envía mi madre.
El lobo gritó procurando endulzar la voz:
–Tira del cordel y se abrirá el cancel.
Caperucita roja tiró del cordel y la puerta se abrió. Al verla entrar, el lobo le dijo, ocultándose debajo de la manta:
–Deja la torta y el tarrito de manteca encima de la mesa y vente a acostar conmigo.
Caperucita roja lo hizo, y se metió en la cama. Grande fue su sorpresa al aspecto de su abuela sin vestidos, y le dijo:
–Abuelita, tenéis los brazos muy largos.
–Así te abrazaré mejor.
–Abuelita, tienes las orejas muy grandes.
–Así te oiré mejor,
–Abuelita, tienes los ojos muy grandes.
–Así te veré mejor,
–Abuelita, tienes los dientes muy grandes.
–Así… ¡te comeré mejor!
Y al decir estas palabras, el malvado lobo se arrojó sobre Caperucita roja y se la comió. Su estómago estaba tan lleno que el lobo se quedó dormido.
En ese momento, un cazador que había visto al lobo entrar en la casa de la abuelita comenzó a preocuparse. Había pasado mucho rato y tratándose de un lobo… ¡Dios sabía que podía haber pasado! De modo que entró a la casa.
Cuando llegó allí y vio al lobo con la panza hinchada se imaginó lo ocurrido, así que cogió su cuchillo y abrió la tripa del animal para sacar a Caperucita y su abuelita.
–Hay que darle un buen castigo a este lobo. –pensó el cazador.
De modo que le llenó la tripa de piedras y se la volvió a coser.
Cuando el lobo despertó de su siesta tenía mucha sed y al acercarse al río… ¡zas! se cayó dentro y se ahogó.
Caperucita volvió a ver a su madre y a su abuelita y desde entonces prometió hacer siempre caso a lo que le dijera su madre.
Y colorín colorado, este cuento se ha podcastizado.
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