9. Garbancito
Había una vez un niño muy listo y simpático al que todos llamaban Garbancito. ¿Y sabéis por qué? Pues porque no era más grande… ¡que un garbanzo! Era un niño sano, fuerte y feliz, solo que muy pero muy pequeñito.
Sus padres le tenían mucha confianza porque sabían que era un chico muy responsable. Y como a Garbancito le encantaba ayudar en todo lo que podía, de vez en cuando le dejaban ir al pueblo a hacer algún recado.
El niño era feliz cuando podía andar dando vueltas por ahí. Y como era muy listo, para evitar que la gente lo pisara sin darse cuenta, iba siempre cantando una canción:
¡Pachín, pachín, pachín!
¡Mucho cuidado con lo que hacéis!
¡Pachín, pachín, pachín!
¡A Garbancito no piséis!
Todos en el pueblo le conocían, y al escuchar la canción se apartaban para abrirle camino.
Un día, su padre comentó en casa que iría a recoger coles al campo porque ya estaban en su punto. Su esposa le sugirió que tratara de llenar un saco, para después poder venderlas en el pueblo. Garbancito escuchó la conversación, y ni lento ni perezoso, se subió a la mesa para que pudieran verle bien y suplicó:
–¡Papá, por favor, llévame contigo para ayudarte!
El padre estuvo de acuerdo, y juntos fueron hacia el establo para ensillar el caballo. Garbancito pidió a su padre que lo subiera en su mano y lo dejara junto a la oreja del animal para poder ir guiándole por el camino. Así, el pequeñín y su padre tomaron el camino. Garbancito iba feliz; iba dando órdenes al caballo y el animal, obediente, seguía sus indicaciones. Por fin llegaron a la plantación de coles.
–Garbancito, voy a recoger todas las coles que pueda en este saco. Tú mientras tanto puedes jugar por ahí, pero no te alejes mucho.
–¡Tranquilo, papá! Tendré mucho cuidado.
El día estaba soleado, el campo estaba lleno de flores y las mariposas revoloteaban sobre su cabeza… ¡qué felicidad tenía el niño! Tan contento estaba, que se puso a corretear por la hierba en busca de cosas interesantes: un bichito debajo de una piedra, una flor grande por donde trepar… iba dando brincos saltando de flor en flor, pero en uno de esos saltos calculó mal y cayó dentro de una col.
A pesar de que la planta era blanda, se dio un buen golpe y lanzó un quejido. Muy cerca de allí había un buey pastando, que sintió un ruido y vio una col moverse. Esto le llamó la atención, se acercó hasta la planta y se la comió de un solo bocado. El pobre Garbancito no tuvo tiempo de reaccionar, ¡y terminó en la panza del buey!
Su padre no se había dado cuenta de nada y cuando llenó el saco comenzó a llamar a su hijo. Pero por mucho que llamó y buscó, el niño no aparecía por ninguna parte.
Desesperado, montó a caballo y salió a todo galope hacia la casa, dejando el saco de coles olvidado en el campo. Entre lágrimas le contó a su mujer lo sucedido y juntos salieron a buscar al pequeño.
Recorrieron el campo durante horas, llamando a Garbancito con toda la voz que tenían, pero no lograban encontrarlo.
Estaban a punto de regresar a casa, convencidos de que nunca volverían a ver a su hijo, cuando pasaron cerca de un buey que estaba mascando pasto plácidamente. Desde su interior, les pareció oír una vocecita que decía:
– ¡Aquí! ¡Padres, estoy aquí!
Frenaron en seco, preguntándose el uno al otro: «¿lo has oído tú también?»
Garbancito continuó gritando tan fuerte como fue capaz.
– ¡Estoy en la panza del buey que se mueve, donde ni nieva ni llueve!
La madre del pequeño tuvo una idea: se agachó y arrancó un manojo de hierba de la tierra, lo acercó a la nariz del buey y comenzó a hacerle cosquillas; el animal estornudó con tanta fuerza, ¡que lanzó por la boca a Garbancito!
¡Qué gran alivio sintieron todos! El padre y la madre no paraban de besar a Garbancito que, feliz de estar a salvo y de nuevo con sus padres, los dejaba hacer.
Los tres juntos cogieron el saco de coles, montaron en el caballo y volvieron a casa cantando:
¡Pachín, pachín, pachín!
¡Mucho cuidado con lo que hacéis!
¡Pachín, pachín, pachín!
¡A Garbancito no piséis!
Y colorín colorado, este cuento se ha podcastizado.
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